13 chicos de diversas nacionalidades conviven con el párroco de una parroquia madrileña. Lo que empezó como una ayuda de emergencia se ha transformado en una auténtica familia. Su historia es una muestra de la sensibilidad de la Iglesia hacia los más necesitados, que se refuerza este domingo 18 de noviembre con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres
Habib, Abu, Aliu, Moses, Yves, Otto, Mohamed, Osman… son algunos de los 13 chicos que conviven en la parroquia Nuestra Señora de la Paz, en Madrid, junto a su párroco, en la misma casa. Llevan en España apenas unos meses. Proceden de Colombia, Costa de Marfil, Sierra Leona, Guinea Conakry y Camerún. Comen y duermen bajo un mismo techo, junto a Francisco Pozo, el párroco, Fran, como todos ellos le llaman. Así conforman una comunidad atípica, en la que se conjugan los verbos acoger y soñar.
Algunos han tenido que huir de su casa por la mala situación de sus países, porque no tenían para vivir y no encontraban trabajo, porque ellos y sus familias estaban amenazados por narcotraficantes o paramilitares, porque la corrupción de sus países les impedía simplemente trabajar y vivir con dignidad, porque allí no tenían otra salida que ingresar en el ejército, porque estaban cansados de escuchar cómo en el barrio se asesinaba y se torturaba a gente, porque si se quedaban no les quedaba más salida que la de ser reclutados por las bandas…
La mayoría ha atravesado el desierto andando, o ha cruzado en patera el Estrecho, o ha saltado la valla de Melilla, o bien ha pasado varios meses en cárceles africanas esperando su turno para seguir su camino hacia el norte… En todos se muestra un rostro satisfecho por haber alcanzado su sueño europeo, pero al mismo tiempo cargado de incertidumbre por no saber cuál va a ser su futuro aquí.
«Podíamos ofrecer más»
Ellos fueron los primeros migrantes africanos atendidos desde principios de este año por la Mesa por la Hospitalidad de Madrid, gracias a cuyos recursos de emergencia fueron pasando primero por varias parroquias madrileñas hasta acabar todos en casa de Fran, donde conviven además con dos jóvenes españoles del barrio, uno de ellos menor de edad que al conocer la experiencia pidió permiso a sus padres para poder trasladarse aquí a vivir con todos ellos.
«Vinieron aquí al principio por un mes –explica el párroco–pero al poco tiempo nos dimos cuenta de que podíamos ofrecer más si habilitábamos un par de habitaciones grandes que tenemos en la vivienda de la parroquia. Y además nos pareció buena idea porque así evitábamos que tuvieran que irse con sus cosas de un lugar a otro prácticamente cada mes. Teniendo la posibilidad, era una pena de perder esa oportunidad de darles una perspectiva de vivir de forma más estable, más pensando en el largo plazo».
«Para mí ha sido una experiencia muy de Dios –se sincera Fran–, porque yo no lo he buscado. Hace cuatro meses ni se me había pasado por la cabeza hacer esto. Pero cuando me llegó la petición del Arzobispado se lo comenté a uno de los chicos españoles que vive conmigo aquí y me dijo: “¿Por qué no nos lanzamos?”. Y a pesar de tener mucho lío en la parroquia, nos pusimos a rezarlo y durante los días siguientes toda la liturgia y la oración parecía que nos empujaban a hacer esto. Vimos que era de Dios y nos lanzamos. Para mí ha sido como acoger a Cristo en casa».
Lo que empezó como un recurso de emergencia se convirtió de la noche a la mañana en una convivencia estable con un marcado acento familiar.
«Fran ha abierto su casa para nosotros», reconoce Habib agradecido, con una sonrisa en el rostro. «Quiero darle las gracias a él y a sus compañeros, por estos meses aquí. Juntos hacemos muchas cosas importantes. Vivimos aquí como en nuestra propia casa. Es nuestra casa y nuestra familia. Todas las parroquias se han portado muy bien con nosotros», sigue.
En casa, el día a día es el de una familia normal. Se levantan por la mañana y se van a estudiar, cada uno lo suyo: algunos estudian español, otros cursan la ESO, otros jardinería o cocina en cursos oficiales de formación para adultos… Luego vuelven a casa para comer la comida sobrante del colegio parroquial, y por la tarde tienen tres horas de español para reforzar el idioma. Por la noche hay turnos para hacer la cena y, «como en cualquier familia», se reparten las tareas de la casa y de limpieza.
Por la noche, charlan entre ellos y llaman a sus familias en sus países de origen. Tiramos mucho de wifi», comentan entre risas.
También hay espacio para la espiritualidad. Varios de ellos son cristianos, pero el resto son musulmanes, por lo que Fran ha habilitado un espacio dentro de la casa para puedan acudir allí a rezar sus oraciones. Además, cada día uno de ellos es el encargado de bendecir la mesa, cada cual con sus palabras: «Rezamos juntos al mismo Dios. Es un gran testimonio que merece la pena», dice el párroco, quien reconoce sentirse impresionado por otro testimonio que ofrecen los procedentes de Camerún: «Algunos son de la zona de habla inglesa y otros de la zona de habla francesa, que en su país son enemigos. Aquí vivimos todos en paz. Es posible vivir como hermanos aunque tengamos diferencias y aunque pensemos de manera distinta».
De este modo, el testimonio de esta comunidad atípica, originada al principio por motivos de emergencia y luego estabilizada en el tiempo, se ha constituido en «un gesto profético para nuestra sociedad, un grito a la gente de ahí fuera, porque hemos comprobado que cristianos y musulmanes podemos vivir juntos bajo un mismo techo», explica el párroco. «¡Fenomenal!», le interrumpen los chicos.
La reacción de la comunidad parroquial ha sido también ejemplar, pues desde el principio «lo aceptaron fenomenal, se volcaron con ayudas incluso. Ellos conocen a los chicos, los que son cristianos participan en la Misa y ya hemos tenido varios encuentros todos juntos. Con el grupo de jóvenes de la parroquia hay muy buena relación y los viernes cenamos aquí todos juntos. Y juntos participamos también de algo que se le ocurrió a Yves y que él mismo practicaba en su país como miembro de la Comunidad de Sant’ Egidio: llevar algo de cena a la gente del barrio que duerme en la calle, con la intención de iniciar una pequeña amistad y que se animen a venir por la parroquia cuando necesiten ayuda».
Además, uno de ellos, Moses, está en el equipo de rugby de la Universidad Complutense, y juntos han formado un equipo de fútbol que se ha incorporado a la liga de la vicaría. «Se han incorporado de manera natural entre nosotros, en la vida normal de la parroquia», comenta Fran, porque como le decía Alberto, uno de los chicos españoles que vive con ellos, cuando todavía se estaban planteando dar el paso: «si vienen, tiene que ser a casa. No puede ser habilitar cualquier cosa y ya está. Si vienen, tienen que venir a casa».
Y así lo han hecho.
«Sois nuestra familia en España»
Además de sacerdotes como Fran Pozo, hay en España numerosos laicos acogiendo en sus casas a personas empobrecidas migrants o refugiados de zonas de conflicto, por lo general a su paso por España camino a otros países de Europa. Paralelamente, varios grupos de laicos acompañan en su día a día a familias de Irak, Palestina y Siria. Se trata de personas vinculadas a parroquias, a alguna congregación religiosa e incluso a algún ayuntamiento de la Comunidad de Madrid, que reciben el apoyo y la coordinación del programa Hospitalidad desarrollado por Pueblos Unidos.
Los ayudan a buscar una vivienda y los invitan a cenar o almorzar, los llevan de excursión al campo o de vacaciones, los ayudan con su español a redactar un currículum que luego lo mueven entre sus contactos.
Hasta el momento son cinco las familias acogidas según esta modalidad, y en proyecto hay otras cinco, aunque el programa va despacio «porque queremos dar una buena atención» a esta necesidad, dice Iván Lendrino, director de Pueblos Unidos.
El objetivo de este programa es «identificar familias de migrantes forzosos rechazadas por el sistema de asilo, y ponerlas en contacto con alguna comunidad de laicos, y desde ahí darles soporte en temas jurídicos, laborales y sociales», dice Lendrino, que destaca que, para estas familias, sus accomañantes son algo más que una ayuda: «Son su familia, su familia en España».