“No maldecir a los que lo maldicen, sino más bien bendecirlos”, leo en voz alta mientras miro a mis hijos por encima de mi edición de la Regla de San Benito acompañando mi café de la mañana: “Oíd, chicos, vamos a probar esta”.

Mis dos hijos adolescentes me sonríen con altanería como cada vez que cito esta Regla, escrita en el año 540 y comúnmente ensalzada como la norma de la vida monástica. Me hice con una copia por recomendación de un amigo: “Estás en casa todo el día con siete muchachos; eso es como dirigir un monasterio, ¿no?”.

Este amigo tenía razón en algunos aspectos. El libro es una guía para la oración, las horas de comer y las tareas prácticas para cualquier grupo de personas que vivan juntas. Pero primero debo advertir a los lectores que decidan servirse de este libro: los consejos relacionados con penitencias del estilo de “rigurosos ayunos” obviamente no son aplicables a la educación de niños. Sin embargo, hay joyas como esta, que sin duda nos ha ayudado a mantener la paz… y de paso reírnos un poco.

Así que, ¿cómo hacemos eso de “bendecir a quienes nos maldicen”, según una norma en el capítulo 4 de la Regla de San Benito?

No puedo responder por el monje que escribió este principio para profundizar en Mateo 5,44: “Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores”.

Sin embargo, mi pedante y astuto hijo de 11 años ofreció su propia visión de la idea. Después de mi sugerencia inicial, se volvió a su hermano, que le acusaba de “acaparar todo el sofá” y, con una sonrisa sacarina le replicó: “Oye, hay que ver lo que me gustan tus auriculares”.

Sí, mi hijo se burlaba de mí y se ganó una bien merecida risa, pero el caso es que terminamos teniendo una conversación estupenda. Mi marido también se metió en la charla: “Halagar a alguien que te insulta lo desarmará totalmente”, añadió.

Yo misma pude aplicar esta táctica de desarme sobre mi marido unas pocas horas más tarde.

Permitan que lo ilustre: Unos invitados a cenar en casa llegaban en 15 minutos, así que mi marido, intrépido cazador-recolector, decidió hacer lo más lógico para prepararse para la visita: ponerse a colocar los azulejos de la ducha. Bah, los invitados nunca suben a la planta de arriba y desde luego no van a ducharse. En cualquier caso, esto era importante para mi querido esposo en la presentación de su hogar, así que se puso a correr de un lado a otro con la cara roja como un bebé estreñido, mirándome con ojos acusadores y refunfuñando: “Alguien ha cambiado de sitio mis herramientas… alguien me las ha movido”.

En vez de defenderme como haría habitualmente, le sonreí, respiré hondo y le ofrecí un cumplido que había previsto esa misma tarde, sabiendo que tendría ocasión de usarlo (porque somos olímpicos en esto de discutir justo antes de que llegue visita). “Tienes un cuerpo de escándalo —le dije— y un alma hermosísima”.

Se quedó sin palabras y desarmado, literalmente, porque dejó caer su espátula de la masilla. Nos reímos con ganas y lo pasamos estupendamente con nuestros invitados. Desde entonces, el consejo de san Benito ha servido de divertida arma arrojadiza entre mis hijos, sobre todo a modo de broma. “¡Tu barbilla tiene un perfil magnífico!”, gritaba alguno en medio de un rifirrafe por un videojuego esta mañana.

Y aunque no hay duda de que mi familia tiene una naturaleza sarcástica, espero que este consejo de un monje del siglo VI termine por calar y dar fruto. Personalmente, me sentó muy bien centrarme en las muchas y estupendas cualidades de mi marido aquella noche de cena con invitados, en vez de obsesionarme por sus irritantes excentricidades (que casi siempre incluyen masilla y azulejos del baño).

Ahora bien, no estoy sugiriendo que todo el mundo deba salir de una situación seria o abusiva simplemente soltando un cumplido a su agresor. En absoluto. “No dar paz fingida” es otra de las joyas de san Benito. Se refiere a crear una vida hogareña que sea sinceramente armoniosa. Y si compilas una lista de cumplidos auténticos para tus seres queridos antes de una riña habitual de casa, llegarás a esa armonía más rápidamente, por muchas razones.

Una de ellas es que no te permitirás ignorar las numerosas virtudes de un ser querido a causa de un único error, real o percibido. De nuevo, como ilustra mi pelea pre-cena con invitados, el cumplido ofrecido en un momento de tensión desvió la atención de los hábitos singulares de mi marido para centrarla en sus mejores virtudes. Para bien de ambos.