El ambiente de la celebración debe continuar tan festivo y pascual como hace ocho días: adornos del altar y del ambón, cirio encendido, repertorio de cantos pascuales, aleluya festivo, la aspersión al inicio de la Misa en vez del acto penitencial… La Pascua acaba de empezar, y la comunidad la debe celebrar con ilusión y con elementos distintos al resto del año.

De la temática de las lecturas vale la pena resaltar, además de la noticia central de la Resurrección, sobre todo la vida pascual de la comunidad y el sentido del domingo para ella. El libro de los Hechos ya lo comenzamos a leer el domingo pasado. Ahora empieza el del Apocalipsis, como 2. lectura. Convendrá, pues, como cada vez que empieza un libro que se va a ir leyendo continuadamente, que el predicador se prepare con una reflexión global (cf. por ejemplo la que ofrece el Dossier CPL n. 52, Pascua/Pentecostés). Es la historia de una Iglesia en lucha, pero vista desde la perspectiva de la victoria, porque su Esposo y Señor ya ha vencido al mal.

-«YO SOY EL QUE VIVE»: El punto de arranque para la homilía, como lo es para toda la Pascua, es que Cristo vive y es el Señor Glorioso. Es él quien se hace presente a su comunidad y la anima: «Y se llenaron de alegría al ver al Señor» (evang). Es la misma visión que nos ofrece el Apocalipsis: «No temas: yo soy el que vive, estaba muerto, y ya ves, vivo…». Esa es la raíz de toda la fe, esperanza y dinamismo de la comunidad cristiana. Después de dos mil años, Cristo sigue vivo, sigue presente a su comunidad, guiándola y animándola por su Espíritu, como lo hizo con la primera y lo hará hasta la victoria final.

-RASGOS DE LA COMUNIDAD PASCUAL

Pero tal vez lo más conveniente hoy es trazar como el retrato-robot de una comunidad que cree en el Resucitado y se deja mover por su Espíritu. Ella misma, la comunidad, es el primer fruto de la Pascua del Señor. Siguiendo los Hechos, en su «sumario» de hoy, y las otras lecturas, podemos comentar las características que debería tener nuestra Iglesia o nuestra comunidad concreta hoy.

a) Es una comunidad de creyentes, que se reúnen por la fe en Cristo: «hombres y mujeres que se adhieren al Señor» (Hechos), los que creen que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios y en su nombre tienen vida (evang), los que le siguen porque él es el «primero y el último», el Señor de la historia (Apoc.).

b) Es una comunidad misionera y que crece. Jesús les ha dado la misión de ser sus testigos: «yo os envío», y les infunde su Espíritu para que les ayude (evang). Y en efecto en los Hechos vemos que cumple el encargo: «crecía el número de los creyentes». No es una comunidad cerrada, sino abierta y dinámica.

c) Es una comunidad fraterna y servidora, que continúa haciendo lo mismo que había hecho su Maestro: el bien. Practica la fraternidad y cura a los enfermos (Hechos). Esos son sus mejores carismas y signos.

d) Esta comunidad sabe lo que es el sufrimiento en el camino de la vida. Es una generación que «no ha visto a Jesús» y por ello tiene doble mérito en su fe (evang.). Una comunidad desterrada en medio de un mundo hostil e indiferente, «en la tribulación» (Apoc). Pero supera desde la fe y la esperanza las dificultades.

e) Se reúne cada domingo para celebrar su fe y su encuentro con el Resucitado. La primera aparición del Señor es «el primer día de la semana», y la siguiente «a los ocho días», o sea, siempre en el día que los judíos llamaban «primero después del sábado», pero como fue el día en el que resucitó Jesús, pronto se llamó «el día del Señor» (Apoc.), en latín «dominicus dies», domingo. La «comunidad del Señor» se reúne en «el día del Señor» para celebrar «la cena del Señor»: siempre centrada en Cristo, y por eso viva y esperanzada.

f) Es una comunidad sacramental: no sólo por la Eucaristía, en la que es alimentada progresivamente en su encuentro con Jesús -Palabra y Alimento de Vida- sino además porque en la perspectiva de la Pascua entran el Bautismo, la Confirmación del Espíritu, y también el perdón del sacramento de la Reconciliación: «recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados» (evang.).

Aquí tenemos un termómetro para examinar nuestra vida pascual. Según la asamblea, puede ser más conveniente insistir en un rasgo más que en otro, pero en ninguna se debería considerar esto como una utopía irrealizable. Porque el protagonista de la nueva vida pascual es Cristo y su Espíritu, no nosotros en primer lugar. Es El quien nos quiere comunicar su Pascua, sobre todo a partir de nuestra Eucaristía dominical. Aunque su oferta es una urgencia de compromiso y de apertura por parte nuestra, para que nuestro testimonio en el mundo sea creíble y «crezca el número de los creyentes».

J. ALDAZABAL