San Pablo lo dijo bien claro: «Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman»  (Romanos, 8, 28).  En todo, en lo bueno y en lo malo, la mano de Dios va obrando a nuestro favor.

¿Te has preguntado alguna vez qué quiere Dios con una enfermedad que se te vino encima? ¿Alguna vez le has preguntado al Señor en qué te benefició un viaje que no pudiste hacer?. Hay tantas cosas que suceden en nuestra vida que las vemos como desgracias, y Dios, por el contrario, está dándonos a través de ellas una oportunidad para algo mejor.

Ahora bien, esas cosas que no nos gustan, pero que casi siempre son inevitables, si ya están ahí, de nosotros depende dejarnos dominar por ellas y caer en la depresión, o sacar fuerza y «fortalecernos» más superándolas. Cada experiencia negativa debería darnos más fuerza para seguir adelante. Un obstáculo superado es una experiencia acumulada a nuestro favor, para arremeter contra cualquier adversidad que se nos ponga en el camino de nuestra vida.

Y si somos tan frágiles a la hora de enfrentar nuestros pequeños o grandes problemas, ¿No será que crecimos flojos por el tipo de educación que recibimos?

Veamos esta historia, y luego la aplicaremos también a la forma en que nosotros vamos creando a nuestros hijos.

No veas en los obstáculos una fuente de problemas, descubre en ellos la oportunidad de superarte y enfréntalos con valentía.

Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo; un hombre se sentó y observó a la mariposa por varias horas, mientras ella se esforzaba para hacer que su cuerpo pasase a través de aquel pequeño agujero.

En tanto, parecía que ella había dejado de hacer cualquier progreso. Parecía que había hecho todo lo que podía, pero no conseguía agrandarlo. Entonces el hombre decidió ayudar a la mariposa: el tomó una tijera y abrió el capullo. La mariposa pudo salir fácilmente, pero su cuerpo estaba marchito, era pequeño y tenía las alas arrugadas.

El hombre siguió observándola porque esperaba que, en cualquier momento, las alas se abrieran y estirasen para ser capaces de soportar el cuerpo, y que éste se hiciera firme.

¡Nada aconteció! En verdad, la mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose con un cuerpo marchito y unas alas encogidas. Ella nunca fue capaz de volar.

Lo que el hombre, en su gentileza y su voluntad de ayudar no comprendía, era que el capullo apretado y el esfuerzo necesario para que la mariposa pasara a través de la pequeña abertura, era la forma en que Dios hacía que el fluido del cuerpo de la mariposa, fuese a sus alas, de tal modo que ella estaría lista para volar, una vez que se hubiese liberado del capullo.

Algunas veces, el esfuerzo es exactamente lo que necesitamos en nuestra vida. Si Dios nos permitiese pasar por nuestras vidas sin encontrar ningún obstáculo, nos dejaría limitados. No lograríamos ser tan fuertes como podríamos haber sido. Nunca podríamos volar.

Lamentablemente en muchos países estamos creando nuevas generaciones «flojas», «atrofiadas», porque a los niños se les da demasiada sobreprotección, sin dejarles que desarrollen esa capacidad de defenderse de las adversidades. En esto nos llevan mucha ventaja los hermanos campesinos. La gente del campo sí que deja a los niños desarrollar su instinto de sobrevivencia, que no implica tampoco desprotegerlos y abandonarlos a que se defiendan de lo indefendible por su edad. Pero demasiada sobreprotección va creando nuevas generaciones que no saben defenderse, porque no hicieron el esfuerzo suficiente en su infancia para poder volar. Sus alas no tienen fuerza porque los adultos hicieron todo por ellos, sin dejarlos desarrollar habilidades propias de un ser humano.

Cuando desde la infancia el niño va aprendiendo a esquivar obstáculos, su fuerza física y sicológica en su edad adulta es mucho más fuerte para enfrentar la vida venga como venga.

Dios, en su sabiduría, permite que las adversidades vengan a nosotros para fortalecer nuestra fe y nuestro espíritu y confianza en él.

Lea esto:

  • Pedí fuerza… y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte.
  • Pedí sabiduría… y Dios me dio problemas para resolver.
  • Pedí prosperidad… y Dios me dio cerebro y músculos para trabajar.
  • Pedí valor… y Dios me dio obstáculos para superar.
  • Pedí amor… y Dios me dio personas con problemas a las cuales ayudar.
  • Pedí favores… y Dios me dio oportunidades.

Y recuerda, para un cristiano, un problema no es una dificultad, sino una oportunidad para crecer y ser más fuerte…

Fuente. RCCBarrios