En la película Un hombre para la eternidad, un joven se acerca a Tomás
Moro, importante magistrado de Inglaterra, con el fin de alcanzar
un puesto de relevancia en la corte. Después de mucho insistir,
Moro sorprende al joven: «Ya tengo un trabajo para ti». «¿Cuál?»,
responde él con ojos brillantes. «Serás maestro». «¿Maestro? ¿Y
quién sabrá que soy maestro»? «Tus alumnos, tu familia, Dios…
¡no es mal público ese!». En todo encuentro vocacional es muy importante
la sinceridad. No elegimos nosotros, somos elegidos; no
decidimos la misión, se nos da.

Esto se ve muy claro al comienzo de la vida pública de Jesús,
cuando invita a Simón y Andrés a que se vayan con Él: «Venid en
pos de mí y os haré pescadores de hombres» (Mc 1, 17), y cuando
poco después hace lo mismo con Santiago y Juan, que «estaban repasando
las redes» (Mc 1, 19). Así, hasta completar el grupo de los
Doce, a los que también se conoce en el evangelio como discípulos,
y a los que, sobre todo, se les llama apóstoles. Ellos han sido elegidos
por Jesús (Lc 6, 13ss), pero al mismo tiempo saben que esta
elección se remonta al Padre, de quien el mismo Jesús se considera
enviado, y en cuyo nombre actúa. Esto es lo que está en el origen
de todo lo que se vive en un lugar como el seminario. Si sus paredes
hablaran nos contarían mil historias, iguales o diferentes, todas ellas
fruto de la experiencia compartida en los años de formación.

Vivimos con preocupación la falta de sacerdotes, y por supuesto
nos preocupa igualmente que aquellos que pasan por el seminario
tengan una buena preparación. Los formadores, sacerdotes
que acompañan y alientan este tiempo de especial discernimiento,
conocen muy bien hasta qué punto se vive este interés en nuestras
parroquias y comunidades diocesanas por lo que pasa en el seminario:
«Un amigo me regaló una Biblia al poco de entrar al seminario, y me la
dedicó con una frase que he recordado muchas veces a lo largo de los años:

“Dios cuida a los hombres a través de otros hombres”. Es una experiencia común, que en el camino de la vocación no estamos solos, el Señor se vale de mediaciones. Es a través de algunas personas, y de algunos acontecimientos,que nos habla y nos sugiere cuál es el camino que nos anima a seguir. Os invito a traerlos a la memoria de nuevo, a volver a pasar por el corazón a las personas, a los momentos y a las circunstancias que nos envolvieron. Quizá os ocurra como a mí, y alguna de esas personas, familiares, amigos, compañeros que ya hayan partido a la casa del Padre. La vida avanza y nosotros con ella. Precisamente la evidencia de esto me llevó a pensar que ahora debo ser yo para los demás lo que antes otros habían sido para mí. Que lo que ellos han hecho de manera tan generosa conmigo lo debo hacer con los demás. Creo que este debe ser nuestro punto de partida, en cualquier tipo de acompañamiento que realicemos. De manera muy especial en la búsqueda vocacional»

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