El romanticismo mata al amor. Las películas románticas nos presentan al amor como una especie de llave mágica que abre las puertas de todos los corazones humanos y resuelve todos los problemas. Al principio de casi todas las historias de amor puede parecer así, porque estamos en un estado que conocemos como “enamoramiento”.

¿Qué es el enamoramiento? Una poeta americana lo definió como “una estafa neuroquímica”. Durante este vivimos en un estado “ideal” aparente: la mujer se siente constantemente halagada por las cortesías de su enamorado. Él se siente el hombre más afortunado del mundo porque la mujer más bella del universo le prestó atención, y todo parece un cuento de hadas. Pero claro, en todo cuento de hadas hay una bruja y un ogro, que mientras se gesta el cuento de hadas, están durmiendo, pero que luego van a querer despertar indefectiblemente una vez que se hayan casado.

Durante el enamoramiento estamos en un estado de excepción. Dicen que el cerebro funciona toda la vida hasta que nos enamoramos. Y tiene bastante razón. El cerebro enamorado es parecido al cerebro de un adicto a la cocaína, de acuerdo a un estudio realizado por Helen Fischer. El sistema de recompensas de una persona enamorada funciona en modo similar al de un adicto: cuanto más tiene, más quiere. Esta “anomalía cerebral” es la que provoca que cuando alguien nos advierte sobre los defectos de nuestro posible futuro cónyuge, reaccionemos casi siempre violentamente. ¿Cómo va a ser imperfecto, si es el hombre más caballeroso del mundo? ¿Cómo va a ser imperfecta si es la mujer más hermosa del mundo? Nos negamos a ver la realidad porque la fantasía es mucho más atractiva. Pero este estado no dura para siempre, y cuando pasa, “las escamas caen de nuestros ojos” y nos encontramos con la “estafa neuroquímica”, parece que hemos caído en una trampa mortal para “cazarnos” más que “casarnos”.

¿Cómo podemos hacer para evitar estas “sorpresas” que suceden cuando pasa el encanto del enamoramiento? Pues preparándonosnosotros mismos para no “dar” esas sorpresas, y rezando por nuestro futuro cónyuge para que también pueda prepararse. Me explico: todos queremos un amor incondicional, que esté en las buenas y en las malas, que esté siempre de buen humor y que nos soporte en salud y en enfermedad, en prosperidad y en adversidad hasta que la muerte nos separe. Cuando pensamos en nuestro futuro, estamos segurísimos de que eso es lo que merecemos. Pero sucede un problema: para poder recibir ese amor, tenemos que estar dispuestos a dar un amor incondicional, que esté en las buenas y en las malas, que esté siempre de buen humor y que soporte al otro en salud y en enfermedad, en prosperidad y en adversidad hasta que la muerte nos separe. Queremos a un futuro cónyuge ideal, pero no estamos muy dispuestos a ser ese cónyuge ideal.

Es claro entonces que antes de pensar en lo que vamos a recibir en nuestra relación, nos enfoquemos en lo que vamos a dar. «Amar es dar sin pensar en recibir» dice el dicho popular, probablemente basado en lo que decía Jesús y que san Lucas cita en Hechos 20, 35: «Hay más alegría en dar que en recibir”»

¿Y cómo nos preparamos para tener una buena relación? ¿Cómo hacemos para ser ese futuro esposo o esposa ideal? ¡Hay muchísimas recetas!, pero hoy quiero enfocarme en algunos aspectos que luego de casados generan la mayor parte de los conflictos. Estos aspectos de la vida de relación pueden parecer irrelevantes, pero requieren de mucho autodominio y mucha oración, así que, si ves que tienes alguno de ellos algo descuidados, el momento de comenzar a trabajarlos es ¡ahora!

1. ¡Deja ya de quejarte!

¿Por qué te quejas? ¿Qué logras quejándote? Lo único que logras es que todos los otros se pongan a la defensiva y que estés siempre buscando un culpable para todas tus desgracias, tanto las reales como las imaginarias. En las relaciones de pareja, la queja constante dificulta completamente la relación, en especial, cuando ya están casadas, la convivencia. Especialmente las críticas que se expresan descalificando, en segunda persona o que incluyen adverbios como “siempre” y “nunca”. Las personas quejosas tienen una característica principal: no se hacen cargo de sus dificultades y tienden a achacárselas a otros. Este tipo de personas no solo no son felices, sino que hacen infelices a todos los que se les acercan.

2. ¡No guardes rencor!

Atado a la anterior característica, las personas rencorosas no dejan pasar ninguna ofensa. La persona rencorosa es aquella persona que todos los días toma veneno y espera que los demás se mueran. Guardar rencor es mantener la ofensa alejada del perdón y valorar más el orgullo propio que a la otra persona y a la relación. Muchas veces nos ofenden realmente, especialmente las personas más cercanas y queridas, y cuanto más cercanas y queridas tanto más duele, y muchas veces no nos piden perdón, aun sabiendo que faltaron contra nosotros. ¿Qué podemos hacer? ¿Seguir ofendidos para toda la vida? Si no eres capaz de perdonar, no una sino setenta veces siete, es muy probable que todavía no estés “maduro” para amar para toda la vida. Un buen matrimonio es la unión de dos buenos perdonadores.

3. ¡No te quedes lo mejor para ti!

El egoísmo es una característica que hay que tener revisada desde mucho antes de pensar en acercarse al sacramento del matrimonio. Porque el sacramento nos puede dar la gracia de estado, pero no hace magia. Una persona que piensa en sí misma antes que en el otro está llamada a ser sumamente infeliz en el matrimonio. Puede parecer contradictorio. Supongamos que Pablo, alguien que piensa primero en sí mismo se casa con Marta, alguien que piensa primero en Pablo que en sí misma: ¡son dos personas pensando en Pablo! ¡La felicidad perfecta para Pablo! Y sin embargo no es así. Puede ser que esa fantasía de felicidad dure unos meses, pero el egoísmo termina convirtiendo a una relación que debería ser entre iguales en una relación “amo – servidor”, y el paso del tiempo hará que esa relación comience a resentirse. Como dije al principio: cuanto más pensemos en nuestra propia felicidad, más seguro es el camino al fracaso.

4. ¡Deja ya de justificarte y comienza a escuchar!

Tu punto de vista puede parecerte sumamente interesante porque conoces todos los vericuetos de tu mente, y es seguro que tienes una explicación razonable para todas las tonterías que haces. Pero cuando te casas, las tonterías que haces ya no te afectan solo a ti, afectan también a tu cónyuge. Y puede ser que en tu cabeza la explicación de (por ejemplo) por qué gastaste la mitad del presupuesto de la familia en comprar algo completamente innecesario pueda parecerte algo totalmente justificable. Pero hay un detalle: tu dinero ya no es tu dinero, es de ambos. Y tu cónyuge puede tener otra lista de prioridades que la que tú tienes, tal vez mucho más razonable que la tuya. Así que, antes de hacer cualquier cosa ¡comienza por consultar, escuchar y aprende a dialogar! Dios nos dio el doble de oídos que de boca, así que escucha el doble de lo que hables, y estarás por buen camino.

5. ¡Deja ya la pornografía!

Y cuando digo la pornografía, hablo de toda la basura que amigos “graciosos” nos mandan “solo por embromar”. Una broma divertidísima, que puede costarnos la felicidad conyugal. Porque la pornografía es denigrante, y denigra el amor humano. ¿Que la pornografía es un “crimen sin víctimas”? Las actrices y actores pornográficos tienen una tasa de mortalidad altísima, por las enfermedades de transmisión sexual pero también por la altísima exposición a las drogas duras. Pero además, exponiéndote a esa “bromita”, más temprano que tarde te acostumbrarás, y pretenderás que eso que se ve en la pornografía es la “sexualidad normal” y el día que te cases, tendrás una visión tan distorsionada de la sexualidad, que la sexualidad conyugal que está llamada a ser la máxima expresión del amor para tiy tu cónyuge, te parecerá aburrida y anodina.

Claro que todas estas cosas, ¡no son fáciles! Te tengo un secreto: el matrimonio no es fácil. Parece mentira que yo, que escribí un libro que se llama: “Matrimonio fácil para tiempos difíciles” diga esto, pero no soy yo solo quien lo dice, san Francisco de Sales decía que: «El matrimonio ofrece las máximas oportunidades de mortificación». O, como decía Chesterton: «El matrimonio es una aventura, como ir a la guerra». Claro que no queremos ir a la guerra, porque el enemigo más poderoso a vencer no es nuestro cónyuge, sino nosotros mismos. Y cuando nos vencemos, y nos donamos por entero al otro en la relación (porque para donarse hay que poseerse, y para poseerse hay que vencerse) entonces el matrimonio sí puede convertirse en fácil, no importa lo difíciles que se pongan los tiempos.

Tal vez dirás: ¡Pero yo no puedo hacer todo eso solo! Y, ¡claro que no! San Pablo lo dice: «Todo lo puedo en aquél que me conforta». (Fil 4,13) Como decía san Agustín, tenemos que «hacer lo que podemos y pedir lo que no podemos», o, como decía san Ignacio, «actúa como si todo dependiera de ti, confía como si todo dependiera de Dios».

Si todavía no tienes a tu pareja ideal, tal vez no sea el momento de salir a buscarla. Para ser el “esposo ideal”, y probablemente para encontrar a tu “pareja ideal”, lo mejor es que revises estos cinco puntos, y veas cómo calificas. Y si todavía no calificas, ¡antes de buscarte un candidato o candidata, búscate un director espiritual! Y si ya tienes pareja y se están preparando para casarse, revisen también esta lista, tal vez todavía haya algunos ajustes de última hora que pueden hacer para tener un buen matrimonio. Y si ya están casados, y tienen alguna de estas “piedras en el zapato”, ¡Es buen momento para detenerse, quitarse los zapatos y trabajar para que la gracia del Sacramento pueda actuar!

Fuente: Catholic Link