En este mes de noviembre, el papa Francisco inició un nuevo ciclo de catequesis sobre la Eucaristía, recordando en dos ocasiones que la misa es la “oración por excelencia”, es decir, la oración más elevada y concreta. Como tal, Francisco nos recuerda que no hemos de ir a la misa como si fuéramos a un espectáculo cualquiera o a un museo.

Subrayó que la Palabra de Dios debe resonar en los corazones y que el creyente puede entrar así en una relación perfecta de amor con Él. Y para preservar esta “interioridad”, el Santo Padre pronunció las cuatro buenas disposiciones que tener desde el momento de la entrada: silencio, confianza, fascinación y la capacidad de llamar “Padre” a Dios.

La oración en 4 etapas, de Aleteia

1. El silencio

Resultado de imagen de silencioUna actitud esencial de los fieles para prepararse para recibir la Palabra de Dios y permitirle actuar en los corazones. La Palabra brota del “silencio misterioso” de Dios. La Palabra y el silencio actúan juntos, nutriendo la participación activa de los fieles.

2. Llamar “Padre” a Dios

Para facilitar nuestra relación de confianza con Dios, Francisco recomienda que lo llamemos “Padre”, como Jesús animó a sus discípulos. El Papa insiste en esta necesidad: “Estemos atentos: si yo no soy capaz de decir ‘Padre’ a Dios, no soy capaz de rezar. Tenemos que aprender a decir ‘Padre’, es decir ponerse en la presencia con confianza filial. Pero para poder aprender, es necesario reconocer humildemente que necesitamos ser instruidos, y decir con sencillez: Señor, enséñame a rezar”.

3. La confianza

Resultado de imagen de confianzaLa oración, que es “intercambio”, debe decirse de manera humilde y confiada, así como un niño pequeño confía en su padre y su madre. “Dios se acuerda de ti, cuida de ti, de mí, de todos”, recordó el Papa. Por lo tanto, nos dirigimos a Dios con confianza, sin preocuparnos por el futuro, para salir de la misa más fuertes y valientes frente las adversidades de la vida.

4. La fascinación

Un niño “se maravilla ante la menor de las cosas porque todo es nuevo para él”, nos dice el papa Francisco. De la misma forma, en la oración, un fiel entra en relación con el “Dios de las sorpresas”. Rezar no es hablar con Dios como lo hacen los “loros”, sino maravillarse “porque es un Dios vivo, es un Dios que habita en nosotros, un Dios que mueve nuestro corazón, un Dios que está en la Iglesia y camina con nosotros; y en este camino nos sorprende siempre”, explicaba el Santo Padre en una de sus misas matutinas hace unos meses.