Resultado de imagen de SANTA TERESA DE JESÚSCelebramos hoy a Santa Teresa de Jesús, nombrada “doctora de la Iglesia” por el papa Pablo VI en 1970. Doctor, doctor; lo que se dice doctor no suele ser algo fácil de conseguir o, al menos, no debe serlo. Exige (o debe exigir) capacidad, esfuerzo y originalidad.

Teresa, abulense de familia hidalga (blasón Cepeda y Ahumada); como ella misma señala en el Libro de la Vida, ya desde su “alta cuna” estaba destinada a triunfar; amiga de engalanarse y “enemiguísima de ser monja”.

Pero como los caminos de Dios son inescrutables, y ya desde niña (se escapó de casa) apuntaba maneras de espíritu andariego, el Señor no solo la ungió para la gran misión de la reforma del Carmelo, sino que la unció con el yugo suave de la paciencia (“…espera un poco, hija, y verás grandes cosas.” –escuchó cierta vez en la oración-). No sé porqué me da que Teresa debía ser res difícil de lidiar, con querencia a no cerrarse en tablas y con tales hechuras de bravura y trapío no debió ser fácil ponerle yugo, por suave que fuese, para frenar su ímpetu y ajustar sus pasos a la velocidad marcada por su “director de tesis doctoral”, de quien acabaría aprendiendo a ser “mansa y humilde de corazón”.

Los primeros años de monja debieron ser difíciles y tibios: ¿Lo mejor del oficio divino?: cuando se acaba. ¿La oración?: La “loca de la casa”… Hasta que, muchos años después, hubo de humillar su corazón y así reconocer y experimentar que “orar es tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama”…

¡Qué gran director de tesis! Y además “amigo”. En las cosas importantes de la vida, amigo no es el que te tolera un fraude, te ríe las trampas o te agasaja con un “cum laude” pelotero. Es famosa la anécdota de la santa cuando, una vez que se cayó, increpó a Jesús: “¿por qué me tratas así?”, de quien recibió la respuesta: “Así trato a mis amigos”, a lo que ella replicó: “Por eso tienes tan pocos”.

Amigo es el que te pone en la verdad; y la Verdad es la humildad. Como ella misma afirmó: “La verdad padece, pero no perece”. Y esto no fue una frase ingeniosa, ni un “corta-pega” de nadie. Padeció en sus propias carnes y no pereció. Como afirma la Carta a los Hebreos de su maestro de tesis, ella también “aprendió sufriendo a obedecer” (Cf. Heb. 5,8). La enfermedad, la resistencia del viejo Carmelo a abrir las celosías de los conventos para que entrase aire fresco, la intransigencia de la Inquisición, la incomprensión por ser mujer y un largo etcétera; fueron haciendo que la noble “Cepeda y Ahumada” solo encontrase alivio y sentido para esa “mala noche en una mala posada” que es la vida, en la carga ligera de la cruz: “En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo.”, pero no por sado-masoquismo, sino por amor: “Sólo amor es el que da valor a todas las cosas.” Además sin perder el buen ánimo ni la firmeza de carácter, que hay quien confunde ser humilde con ser pusilánime: “Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía”.

Así, la adolescente soñadora y devoradora de “libros de caballerías” que de jovencita se iba a comer el mundo, hubo de esperar hasta casi los 40 años (en aquella época sería edad cercana a la jubilación) para emprender su gran reforma de la “contrarreforma” y la que tuvo en su haber grandes fundaciones llegó a la conclusión de que “no podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con gran amor.”

A nosotros nos queda el legado de su gran “tesis doctoral”, escondida a sabios y entendidos y revelada a los pequeños: “QUIEN A DIOS TIENE, NADA LE FALTA. SOLO DIOS BASTA.”

Fuente: Buena Nueva