Resultado de imagen de asamblea carpinteriaTenemos la tendencia a etiquetar y clasificar a las personas según los parámetros de cada cultura. Hay sectores que son casi siempre excluidos y con menos oportunidades de desarrollo, por la misma marginación social. Y es una realidad que, lamentablemente, también se da en las comunidades cristianas.

San Pablo, hablando de la unidad en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, dice: Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!» I Corintios, 12,21. Todos somos importantes; así como las partes del cuerpo que consideramos más débiles, son indispensables, así también en la Iglesia, todos tenemos una función. Por algo Dios distribuyó los carismas según el Espíritu Santo le pareció bien, y nadie puede decirle a otro que no tiene nada qué hacer en la comunidad cristiana, o que su trabajo es despreciable.

La siguiente historia nos ilustra esta realidad:

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar:
¿La Causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba todo el tiempo golpeando.

El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto. En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un lindo juego de ajedrez. Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación.

Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo: “Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos”.

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir y hacer cosas de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.

Cuando hacemos equipo y trabajamos juntos, poniendo cada uno su vocación y sus carismas al servicio de los otros, entonces los resultados son diferentes.

En una ocasión los miembros del cuerpo se pusieron a deliberar quién era más y menos importante de todos, al final concluyeron que el ano era el más sucio y menos importante, por lo que éste se puso en huelga y no dejó que el cuerpo pudiera defecar. A los pocos días, la cabeza empezó a doler, el estómago se inflamó, comenzaron los mareos y una serie de anormalidades se iban presentando al cuerpo entero, por lo que volvieron a reunirse y reconsiderar el juicio que habían realizado. Pidieron perdón al ano y le suplicaron siguiera haciendo su función y todo volvió a la normalidad.

Por muy sencilla que parezca la función de un miembro de nuestra sociedad, organización o Iglesia, siempre es importante y no debería menospreciarse, por lo tanto, a nadie…

Fuente: RCCBarrios