Es el Tercer Domingo de Adviento, llamado así por la primera palabra del Introito de la Misa (Gaudete, es decir, Alegraos). El Tiempo de Adviento se originó como un ayuno de cuarenta días en preparación para la Navidad, comenzando el día después de la fiesta de San Martín (12 de noviembre), de aquí que a menudo se le llamara también la «Cuaresma de San Martín» – nombre por el que el Adviento fue conocido desde el siglo V. No se puede datar antes del siglo quinto el ayuno del Adviento, porque no hay evidencia de que se observara la Navidad el 25 de diciembre antes de finales del siglo cuarto. (Duchesne, «Origines du culte chrétien», Paris, 1889), y la preparación para una fiesta no puede haber sido anterior a la fiesta misma.

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Historia del Gaudete

En el siglo IX, la duración del Adviento se redujo a cuatro semanas, encontrándose en una carta de San Nicolás I (858-867) a los búlgaros, la primera alusión a un Tiempo más corto, y hacia el siglo XII el ayuno había sido ya reemplazado por una simple abstinencia. San Gregorio el Grande fue el primero en redactar un Oficio para el Adviento, y el Sacramentario Gregoriano es el más antiguo en proveer Misas propias para los domingos de Adviento. En ambos se hacen provisiones para cinco domingos, pero hacia el siglo X el número usual eran cuatro, aunque algunas iglesias de Francia observaban cinco domingos incluso en el siglo XIII. No obstante todas estas modificaciones sin embargo, el Adviento preservó muchas de las características de los tiempos penitenciales lo que lo hace una especie de contraparte con la Cuaresma, correspondiendo así el tercer domingo de Adviento, o el del medio, con el domingo de la mitad de la cuaresma o Domingo de Laetare (Alegría).

Algunas observaciones

En este Domingo de Laetare, el órgano y las flores, prohibidos durante el resto de la estación, podían ser usados; se permitió el uso de vestimentas color rosa en lugar del púrpura (o negro como en un inicio); el diácono y el subdiácono reasumieron el uso del dalmático y de la túnica en la Misa principal, y los cardenales usaban color rosa en lugar del púrpura. Todas esta marcas características continuaron usándose y son la disciplina actual de la Iglesia Latina. El Domingo de Gaudete por lo tanto, hace un alto, como el Domingo del Laetare, a medio camino a través de un Tiempo que de otra manera es de carácter penitencial, y significa la cercanía de la venida del Señor. De las «estaciones» que se mantienen en Roma para representar los cuatro domingos de Adviento, la correspondiente a la basílica Vaticana se le asigna al Gaudete, ya que es el más importante de los cuatro domingos. Tanto en el Oficio como en la Misa a través del Adviento, se hace referencia continua a la segunda venida de nuestro Señor, y se enfatiza en el tercer domingo por medio de la adición de signos permitidos para ese día, como una expresión de alegría. El Domingo de Gaudete está marcado por un Nuevo Invitatorio, la Iglesia no invita ya a los fieles a meramente adorar «al Señor que va a venir», sino que les llama a una liturgia de alegría porque «el Señor está ahora aquí y al alcance de la mano». Las lecturas de Nocturnas, correspondientes a la Profecía de Isaías, describen la venida del Señor y las bendiciones que resultan de ello, y las antífonas de las Vísperas hacen eco de las promesas proféticas. La alegría de la espera se enfatiza por las constantes Aleluyas tanto en el Oficio como en la Misa a través de todo el Tiempo de Adviento.

En la Misa, el Introito «Gaudete in Domino temper» resalta lo mismo, y da el nombre al día. La Epístola nos incita a regocijarnos y nos urge a prepararnos para encontrarnos con el Salvador a través de oraciones y súplicas y de acciones de gracia, mientras que el Evangelio de San Juan Bautista nos advierte que el Cordero de Dios está ahora entre nosotros, aunque parezca que no Le conocemos. El espíritu del Oficio y de la Liturgia a través de todo el Adviento es uno de espera y de preparación para la fiesta de Navidad así como para la segunda venida de Cristo, y los ejercicios penitenciales, que han sido adecuados para ese espíritu, son suspendidos en el Domingo de Gaudete para simbolizar la alegría y el regocijo por la Redención Prometida, las cuales nunca deben estar ausentes del corazón del fiel.

En una vida tan atormentada, una vida llena de persecuciones, de hambre, de sufrimientos de todo tipo, siempre está presente, sin embargo, una palabra clave: gaudete (alegraos).

Surge aquí la pregunta: ¿es posible mandar a la alegría? Queremos decir que la alegría viene o no viene, pero no puede imponerse como un deber. Y aquí nos ayuda pensar en el texto sobre la alegría más conocido de las cartas paulinas, el del domingo Gaudete, en el corazón de la liturgia de Adviento: Gaudete, iterum dico, gaudete, quia Dominus prope est. (Alegraos, os lo repito, alegraos, porque el Señor está cerca).

Aquí vemos el motivo por el cual san Pablo en todos sus sufrimientos, en todas sus tribulaciones, sólo podía decir a los demás gaudete, podía decirlo, porque en él mismo estaba presente la alegría: Gaudete, Dominus enim prope est.

Si el amado, el amor, el mayor don de mi vida, está cerca de mí; si estoy convencido de que aquel que me ama está cerca de mí, incluso en las situaciones de tribulación, en lo hondo del corazón reina una alegría que es mayor que todos los sufrimientos.

(Meditación de apertura de la primera congregación general del Sínodo de Obispos.
Lunes
3 de octubre de 2005)